In Trump they trust (En Trump ellos – los ciudadanos – confían)

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Estados Unidos de Norteamérica ha vivido, en las pasadas horas, uno de los procesos electorales más emocionantes de toda su historia.

Donald Trump ha ganado las elecciones, obteniendo mayoría en el colegio electoral, lo cual le asegura convertirse en el próximo inquilino de la Casa Blanca. En este sentido conviene recordar que, en los Estados Unidos de Norteamérica, a diferencia de España, se considerada “ganador” de las elecciones presidenciales a aquél candidato que obtenga mayoría de electores en el Colegio Electoral, mayoría que se alcanza con 270 delegados.

Dicho esto, y pese a la sorpresa que, mayoritariamente, han mostrado los medios de comunicación social españoles al ir conociéndose los resultados del escrutinio, lo cierto es que,  a todo aquél que conozca algo de la historia de esa gran nación y de la cultura política de su pueblo, no debería sorprenderle el triunfo del candidato republicano.

Donald Trump ha obtenido, faltando aún 20 electores por dilucidar, 290 electores, conservando no sólo voto de todos los estados que, en las pasadas elecciones del 2012, apoyaron a Mitt Romney (47,20% Y 206 electores), sino obteniendo el apoyo de los delegados de Estados tradicionalmente “demócratas”, como Florida, Carolina del Norte, Wisconsin u Ohio.

Y esto, lejos de responder a la supuesta incultura política del ciudadano medio, o a su “paletismo”, o al supuesto apoyo al “populismo simplón del candidato republicano”, obedece a razones más que fundadas que el elector ha sabido vislumbrar, lejos de la presión mediática de los intereses de turno y pese a la presión de lobbys minoritario pero muy poderosos.

Sobre este punto, no olvidemos las afirmaciones – respecto a Hillary Clinton – del precandidato demócrata a la presidencia, Bernie Sanders, quien había afirmado reiteradamente, incluso en su último debate televisado con Clinton en el estado de New Hampshire, que Clinton representaba al poder establecido frente a él (sostenía Sanders), que representaba a los ciudadanos corrientes.

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Como ha resultado más que evidente, la candidata del Partido Demócrata, había dispuesto de fondos de campaña casi ilimitados, había contado con el respaldo de todo el establishment económico y financiero de los Estados Unidos, con el apoyo o complicidad de los principales medios de comunicación social, así como con la adhesión de reconocidos exponentes de la comunidad “artística” y con el respaldo de los lobbys gay, judío. abortista así como de los partidarios de la ideología de género.

Sin embargo, ni el establishment de Washington, ni los lobbys, han podido imponer sus planteos minoritarios al ciudadano norteamericano quien, a la hora de emitir su voto, ha apoyado al candidato Trump quien ha defendido aquellos valores que, desde sus orígenes, permitieron hacer de los Estados Unidos de Norteamérica una gran nación.

¿Qué razones explicarían este apoyo mayoritario de los ciudadanos norteamericanos a Donal Trump? ¿O por qué los ciudadanos habrían confiado en las propuestas republicanas tras ocho años de administración demócrata, y con un paro de apenas un dígito?

Con su voto, los ciudadanos han expresado que, pese a que las “formas” políticas de Donald Trump no sean las mejores o pese al elevado tono de enfrentamiento exhibido por el candidato durante la campaña, no querían que Hillary Clinton – implicada en múltiples sospechas de corrupción con la Fundación Clinton – condujera los destinos de esa gran nación.  Y ni siquiera, o justamente por ello, la sobreexposición pública de la candidata durante casi tres décadas (como Primera Dama, como Senadora o como Secretaria de Estado) coadyuvaron a mejorar una imagen salpicada por la corrupción, por acusaciones de traición ligadas a la venta de uranio a Rusia o por comprometer la seguridad nacional al manejar irresponsablemente información confidencial.

Con su voto, los ciudadanos norteamericanos han dicho NO a la reforma migratoria que Clinton quería impulsar, destinada a regularizar “alegremente” a millones de ilegales que residen en Estados Unidos; pese la incontrastable verdad de que ha sido la administración Obama la que más extranjeros ha expulsado de los Estados Unidos. Sobre este punto, recordemos que Barak Obama expulsó, en los últimos siete años, la friolera de casi 3.000.000 de indocumentados frente a los 2.000.000 de personas deportadas por George W Bush, en sus ocho años de mandato. Tanto es así que Obama es conocido como “deporter in chief” (deportador en Jefe) desde el año 2014, cuando Janet Murguía, Presidente del Consejo Nacional de la Raza, le calificó de ese modo por su record de expulsados. ¿Pero acaso un país debería abrir sus fronteras para que cualquier persona se asentase en su territorio, imponiendo su cultura, sus leyes, sus valores o su religión, a costa del sacrificio de la cultura, de las leyes, de los valores y de la libertad religiosa de sus habitantes? Evidentemente, NO.

En estas elecciones, los ciudadanos han dicho NO al aumento de los impuestos que había propuesto Clinton, y se han expresado en contra del aumento del gasto público improductivo; gasto que solo puede perjudicar a la población, tal como podemos verlo en España, donde la superposición de competencias de administraciones, la existencia de empresas del Estado, el despilfarro autonómico y las veleidades “nacionalistas” de quienes odian a España han derivado en un endeudamiento de casi el 140% del Producto Interior Bruto, y en el despropósito de cerrar quirófanos o carecer de fondos para ayudar a los dependientes pero, por otra parte, tener decenas de “embajadas en el exterior” o imponer leyes de desmemoria histórica para dividir a la población, generar odio y avivar viejos revanchismos.

Trump ha propuesto “devolver la economía nacional a manos de los norteamericanos” y, con tal objetivo, ha propuesto una serie de medidas a adoptar en los primeros meses de su gobierno:

  • Renegociación del Tratado de Libre Comercio con Canadá y México.

  • Calificación de China como “manipulador monetario”, adoptando medidas que impidan a ese país perjudicar a la economía norteamericana mediante la devaluación de su moneda

  • Suspensión de los millonarios fondos que la administración Obama ( y la candidata Clinton) ha destinado a la “lucha contra el cambio climático”, destinando esos recursos a impulsar un plan de mejora de las infraestructuras básicas del país, incluyendo el oleoducto Keystone XL que vinculará la región canadiense de Alberta (Canadá) con el estado estadounidense de Nebraska, generando miles de puestos de trabajo y fortaleciendo el abastecimiento energético del país.

  • Aplicación de sanciones económicas a aquellas empresas que deslocalicen su producción nacional, perjudicando el empleo nacional, imponiendo aranceles elevados a su producción externa deslocalizada.

  • Rebaja impositiva promedio del 35% para todos los ciudadanos, beneficiando a todas las capas sociales y eximiendo del pago de IRPF a todos aquellos ciudadanos que no ingresen más de 27.000 dólares al año.

  • Eliminación del fracasado Obamacare, o Ley de Protección al Paciente y Cuidado de Salud Asequible, que no ha mejorado el sistema de salud; sustituyéndolo por un sistema de cuentas de ahorro para el gasto sanitario que posibilite la deducción de primas del seguro médico y la transmisión de esos fondos a los descendientes.

  • Libertad de elección del centro educativo (público o privado) por parte de los padres favoreciendo la calidad educativa y la competitividad, entre los distintos centros, por brindar la mejor educación con los docentes más capacitados.

  • Desgravación fiscal del dinero que las familias destinan al cuidado de los niños, a la atención de los ancianos y personas dependientes a su cargo

  • Promover la expulsión del territorio norteamericano de más de 2.000.000 de extranjeros ilegales condenados penalmente, prohibiendo la concesión de visa de ingreso a los Estados Unidos a aquellos países que se nieguen a aceptar, en su territorio, a esos delincuentes condenados que hayan resultado expulsados.

  • Congelación de toda incorporación de nuevos empleos públicos en el Gobierno Federal, con excepción de la sanidad, el Ejército y las fuerzas de orden público.

  • Modificación de la política exterior de los Estados Unidos en lo que respecta a sus relaciones con la dictadura cubana, o en su estrategia respecto a Rusia, país que, en gran medida, encabeza en solitario la lucha contra los criminales del denominado Estado Islámico.

  • Reducción de la fiscalidad para retornar beneficios

  • Etc.


Pero volviendo a las causas del triunfo, si a esta altura no han quedado claras, hemos de decir que uno de los factores importantes en la victoria ha sido el voto evangélico, y aunque Donald Trump no ha mencionado a Dios en su discurso de victoria, sí lo ha hecho Mike Pence, quien será su vicepresidente, que es cristiano evangélico. Por tanto, el voto  evangélico ha sido decisivo pues, independientemente de lo que cada persona pensase respecto a la persona de Donald Trump, esos votantes tenían claro que no apoyarían nunca a una Hillary Clinton partidaria del aborto y de la ideología de género.

En lo que respecta al voto latino, tampoco caben las simplificaciones hechas por los partidarios de lo políticamente correcto, ni ese voto ha sido suficiente para “frenar” la victoria de Donald Trump. Así, conforme los datos analizados por la CNN, los latinos representaron un 11 por ciento del electorado en todo el país, una cifra similar a la de hace cuatro años, y su voto no ha sido homogéneo, en el sentido de favorecer absolutamente a Clinton. Por ejemplo, en el Estado de Florida, el 52 por ciento de los cubanoamericanos apoyaron a Trump, pese a que hace cuatro años habían apoyado mayoritariamente a Barak Obama. Y lo mismo podría decirse de miles de ciudadanos norteamericanos de origen latino que, partiendo de origenes humildes y tras años de trabajo, esfuerzo y dedicación no han querido que el “sueño americano” se desmorone, ni que sus hijos y nietos sean asfixiados por impuestos. Además, téngase en cuenta que en los Estados Unidos nadie discute – ni siquiera Trump, que los inmigrantes sean necesarios y que se requiere solucionar la situación de casi 11.000.000 de ilegales; pero lo cierto es que a ningún ciudadano norteamericano se le ocurre que su país tenga una política de fronteras abiertas que permita que millones de personas “invadan” su país. ¿O acaso deberíamos creer, aplicando el mismo criterio, que España o Europa deberían abrir totalmente sus fronteras para permitir que decenas de millones de musulmanes “invadan” sus tierras, convirtiendo a Europa en su nuevo dominio territorial y soguzgando a sus habitantes del mismo modo en que someten a los “infieles” en sus países de origen?

En otro orden, podría destacarse la valentía de Donald Trump al definirse como “pro – vida”, postura que no se atreve a sostener públicamente ninguno de los políticos más visibles de nuestro pais, más interesados en rencillas internas o en cuestiones linguisticas, que en políticas de fomento de la natalidad y protección de las familias. O su defensa de la independencia del poder judicial y de la supremacía de la Constitución Nacional, incluyendo algunas enmiendas que otros han pretendido cuestionar.

En definitiva, estas elecciones han demostrado que los ciudadanos pueden oponerse a los medios de comunicación subvencionados por el establishment y a los intereses de lobbys poderosísimos, pero muy minoritarios.

El fenómeno Trump se asemeja a lo acontecido con Nixon y su mayoría silenciosa, pues, ¿por qué deberían determinar el futuro de EEUU los hispanos cuando representan, a lo sumo, un 15% de la población? ¿O por qué debería el lobby gay imponer su ideología  cuando no representan más del 1% de la población norteamericana? ¿O por qué deberían los colectivos de lesbianas, transexuales y homosexuales condicionar el contenido de la agenda cultural o educativa? ¿O por qué los burócratas de Washington deben digitar lo que entienden como políticamente correcto cuando sólo los ciudadanos son los depositarios de la soberania y del poder politico?

Estas y otras cuestiones, entre muchas reflexiones que podríamos realizar, son las que confluyeron para dar el triunfo al candidato Trump, Presidente electo de los Estados Unidos de Norteamérica que deberá asumir el desafío de gobernar para “hacer grande a América otra vez”.

El resultado ha demostrado, una vez más, que los pueblos pueden pauperizarse, que pueden atravesar crisis, sufrir catástrofes naturales o soportar cruentas guerras; pero, cuando los ciudadanos aman su libertad, cuando los hombres de bien defienden la vida, la seguridad jurídica, la independencia de poderes y la propiedad, nada o nadie podrá arrebatarles esa libertad, esa vida, esa independencia o su propiedad, por modesta que sea.

 

Y este pasado 8 de noviembre los ciudadanos norteamericanos, al igual que aconteció con el SI al Brexit, o con el NO a la rendición de Colombia a las FARC y al narcotráfico, han sabido votar. Y lo han hecho en positivo, pensando en la defensa de sus propios intereses y de sus familias, y en el futuro de esa gran nación llamada Estados Unidos de Norteamérica pues, como dijera Thomas Jefferson, “Cuando los gobiernos temen a la gente, hay libertad. Cuando la gente teme al gobierno, hay tiranía

 

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Afortunadamente, en esta ocasión, el pueblo no ha temido al gobierno, y el pueblo ha sabido votar.

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